Turismo, ocio y Ciudad. Debate en la 28 Semana Ciudadana

Intervención del representante de la FAAVV de Valencia en la Mesa redonda celebrada en el Ateneo Mercatil, en el marco de la 28ª Semana Ciudadana

Celebramos nuestra semana ciudadana y no quisiera comenzar mi intervención relatando las penalidades y no pocos disgustos que un cierto “desgobierno” de la gestión del ocio y del turismo provoca a la vida en vecindad. Creo que los problemas son sobradamente conocidos, basta con ojear las noticias: aparecen en las páginas de los periódicos prácticamente cada día.  

El movimiento vecinal, está, estamos, llamando la atención y poniendo voz a ese malestar. Para nosotros es prioritario denunciar los desequilibrios que este desgobierno ocasiona y hacer visibles a las personas que los sufren: bien cuando los sacan de sus casas (o de sus casillas), bien cuando empobrecen su vida cotidiana. Esta labor de denuncia y reivindicación forma parte de nuestra razón de existir.   

Tampoco me ha parecido oportuno traer a esta mesa una lluvia de datos y cifras. Entre otras cosas porque la realidad cambia a una velocidad de vértigo, lo vemos cada vez que en el puerto coincide más de un crucero, determinados puntos de la ciudad  devienen casi de inmediato en hormigueros humanos.

Así que, como estamos en la Semana Ciudadana, quiero ser positivo o, como le gusta decir a María José Broseta, propositivo. Por eso, preparando estas notas para el debate de hoy, he querido reflexionar sobre de qué hablamos en realidad cuando hablamos de ocio y turismo.

La ciudad, ciertamente, no son solo sus calles o sus plazas, es también lo que ocurre en ellas, las relaciones que hacemos. La calle es uno de los lugares donde más “socializamos” y donde empleamos parte de nuestro tiempo libre. En este sentido, los ámbitos de ocio -incluidos los bares-, hacen ciudad y la manera de vivirla. Son paisaje y narración de la vida, de nuestras vidas, donde las sucesivas generaciones crecen y se arraigan en la ciudad.

Una ciudad sin espacios de ocio y socialización es, pues, impensable. No la queremos nadie. Sería sin lugar a duda una ciudad infeliz. Me la podría imaginar como una especie de terminal de aeropuerto, un no-lugar donde no existe el arraigo y todas las personas están de paso.

Y, entonces, si el tiempo de ocio define también el carácter de una ciudad, ¿por qué consentimos que sea también una amenaza constante a derechos tan básicos de ciudadanía como son la seguridad, la salud, la libertad de movimientos, la inviolabilidad de tu propio domicilio, el derecho al descanso…. ¿Por qué resulta tantas veces incompatible con el ejercicio de estos derechos? Es una contradicción, cuesta entender. Yo mismo me quedo atrapado en esta paradoja.

Y, del turismo, casi podríamos decir lo mismo. ¿A quien no le gusta viajar, ir al encuentro de alguien o de algo? ¿Cómo no vamos a ser hospitalarios? ¿Cómo no vamos a reconocernos en aquellos que, como nosotros, buscan descubrir cosas nuevas o reencontrarse con aquellas experiencias que un día le sorprendieron? ¿Cómo no vamos a valorar que, además de enriquecernos culturalmente, el turismo cree empleo y sea un nada despreciable porcentaje del PIB?¿Cómo vamos a estar en contra de todo esto?

Es más, según estudios, estamos en el umbral de una nueva era en la que, como consecuencia de la globalización, los intercambios y la movilidad de las personas van a seguir en aumento de forma imparable. Así, se dice, que las ciudades que quieran tener un futuro de éxito, que quieran prosperar, serán aquellas que mejor sepan conciliar, y quiero subrayar este verbo, la fórmula turismo, ocio y derechos de ciudadanía. Y es que al hablar de ocio, turismo y ciudad, como se nos propone en esta mesa, no podemos ignorar una realidad que a veces interesadamente se escamotea: la de los vecinos, los habitantes de la ciudad. Es su existencia lo que marca la diferencia entre una ciudad o un parque temático como, por ejemplo, El Pueblo español de Montjuic, o, sin llegar a ese extremo, ciudades que están perdiendo su condición de tales como es el caso de Venecia.

Los vecinos de esta ciudad también apostamos por una ciudad abierta y cosmopolita, abierta a los intercambios, a la diversidad… Por eso, si en esto coincidimos vecinos, empresarios del ocio y del turismo y gobernantes, ¿por qué no fomentamos una relación más pacífica, armónica y equilibrada entre los tres factores en juego: ciudad, ocio y turismo? ¿Cómo es posible que al oír la palabra turismo muchos tengamos una cierta sensación de inquietud?

Y es que rascas un poco y te das cuenta de que, más allá de estos discursos sobre el ocio y el turismo, lo que hay es una feroz competencia por la producción de bienes y servicios turísticos, una lucha feroz por dominar el espacio público y la misma organización social, una dinámica al servicio de un crecimiento imparable, no sostenible, sino sostenido, y además con los menores costes económicos (y solo económicos) posibles ya sean fiscales o productivos.

Más allá de romanticismos viajeros o de tiempos compartidos, el ocio y el turismo son un gran negocio cuya materia prima es el territorio y todo lo que en él se contiene (paisaje, patrimonio, costumbres, vida cotidiana….).

Y así debemos tratarlos también: como una industria con un fuerte impacto social y medioambiental.  Porque si escamoteamos esta realidad, jamás podremos salir del bucle del conflicto. Lo que no puede ser es que el turismo y el ocio sean un negocio para unos pocos y un permanente dolor de cabeza para el resto.

Los vecinos no queremos renunciar a crear esta ciudad más amable en la que la vida y el negocio convivan en equilibrio, a una ciudad de éxito, en definitiva.

Se puede y se debe perseguir una planificación más equitativa que armonice tanto lo económico, como lo socio-cultural y lo medioambiental.

Para ello, y esto ya es de manual, necesitamos crear un modelo viable, sensible y responsable con objetivos de desarrollo económico, de protección medioambiental y de equidad social.

Para andar este camino, entiendo que lo primero que deberíamos hacer es abrir un diálogo genuino, en el que todas las partes se tomen en serio, y lo digo especialmente por los vecinos y lo que representan.

Coinciden todos los expertos en que para que una ciudad sea un destino turístico de éxito, tiene que ser también de éxito para sus ciudadanos

Es por ello por lo que nos necesitamos tanto la administración pública como las empresas privadas y la ciudadanía. Nos necesitamos para poder crear entre todos un modelo lo más satisfactorio y justo posible.  Estos mismos expertos señalan que sólo si creamos redes de colaboración a nivel local tendremos alguna posibilidad de crear un modelo turístico que tenga también éxito en el futuro.

En suma, la conclusión a mí me parece bien sencilla, se deben crear nuevos espacios públicos de participación y fomentar la democracia urbana.

¿Cuál podría ser un primer paso? Pues aquí me gustaría reiterar la propuesta que en diferentes foros ha venido expresando la propia Federación de vecinos: la creación del Observatorio del Ocio.

Un espacio de encuentro de empresarios, vecinos, también de jóvenes, de las universidades y por supuesto, la Administración. Un foro donde disponer de datos, informes y, como decía, donde mantener un diálogo genuino, con capacidad para lanzar propuestas, hacer recomendaciones y marcar objetivos, no solo de crecimiento, sino, sobre todo, de sostenibilidad, de consenso y de compromiso social.

Una buena gestión basada en el compromiso y dotada de recursos, son las dos cosas que hacen falta.

Mas allá del debate sobre si tasa turística sí o tasa no, el reto es cómo asegurar ese equilibrio que entre todos deberíamos construir.

Un equilibrio que hoy, seamos francos, está roto y por ello estamos sufriendo las consecuencias.


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